Archivos de Ciencias de la Educación , nº 7, 2013. ISSN 2346-8866
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Ciencias de la Educación

 

ENTREVISTA / INTERVIEW

Sociología del individuo: socialización, subjetivación e individuación
Entrevista a Danilo Martucelli

 

Sociology of the individual: socialization, subjectivity and individuation
Interview with Danilo Martucelli


Entrevista realizada por

Viviana Seoane

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Universidad Nacional de La Plata
Argentina

 

Cita sugerida:Seoane, V. (2014). Sociología del individuo: socialización, subjetivación e individuación. Entrevista a Danilo Martuccelli. Archivos de Ciencias de la Educación, 7 (7). Recuperado de: http://www.archivosdeciencias.fahce.unlp.edu.ar/article/view/Archivos07a06

 

Danilo Martuccelli, Doctor en Sociología, es profesor en la Universidad Paris Descartes, Facultad de Ciencias Humanas y Sociales-Sorbonne (Francia) e investigador en el laboratorio CERLIS-CNRS.De nacionalidad peruana, se forma en Filosofía en la Argentina y luego se traslada a Francia donde concluye sus estudios de posgrado alcanzando en el año 1980 el título de Doctor en Sociología. Ha publicado innumerable cantidad de trabajos entre los que se destacan Sociología de la modernidad (1999), Gramáticas del individuo (2002), La consistencia de los social (2005), ¿Existen individuos en el Sur? (2010). Y en colaboración con otros autores, La plaza vacía. Las transformaciones del peronismo (con Maristella Svampa, 1997), En la escuela. Sociología de la experiencia escolar (con François Dubet, 1998), ¿En qué sociedad vivimos? (también en colaboración con François Dubet, 1999), Las sociologías del individuo (con François de Singly, 2012) y Desafíos comunes (con Kathya Araujo, 2012). Su obra se centra en la teoría social, la sociología del individuo y la teoría de la individuación. El punto de partida de Danilo Martuccelli es la construcción de una cartografía del pensamiento social que le permita comprender un mundo heterogéneo y global, donde tienen lugar las experiencias y la realidad singular de cada uno de los individuos. Es decir, logra una conceptualización de lo social y de la producción de la subjetividad que desnuda la puja de poder entre los condicionantes estructurales y las prácticas que se agencian los individuos.

Invitado por la Facultad de Educación de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG) dicta un seminario sobre Sociología del individuo a partir del cual iniciamos una conversación acerca de los problemas de la investigación social y los aportes de esta vertiente sociológica para recuperar las experiencias de los individuos. Esta entrevista es una continuación de la conversación colectiva ocurrida durante su estadía en Brasil en agosto de 2013.

E.: En Brasil presentaste una serie de investigaciones que venís desarrollando en el marco de una sociología del individuo, entre ellas, la investigación desarrollada conjuntamente con Kathya Araujo en Chile. ¿Consideras que la sociología del individuo pueda hacer una mayor contribución para comprender dentro del campo sociológico, la magnitud y profundidad de las transformaciones contemporáneas? ¿Cuál serian esos aportes comparados con otros enfoques o perspectivas sociológicas?

Martuccelli: La sociología clásica siempre trató de describir las consecuencias de los grandes cambios estructurales a nivel de los procesos individuales, ya sea por ejemplo a través de la relación capital-trabajo, ya sea por medio de la modernización. O sea desde el origen había la voluntad de traducir, a nivel de las experiencias de los actores, los cambios estructurales. La sociología de los individuos se inscribe dentro de esta tradición y esquemáticamente se desarrolla en dos grandes perspectivas. La primera reúne a aquellos que realmente toman a los individuos como objeto fundamental de estudio, esencialmente a través de retratos sociológicos, por los que tratan de describir la especificidad de las diferentes formas de socialización presentes en cada individuo. La segunda, en la cual se inscriben mis propios trabajos, se ubica dentro de la tradición clásica pero radicalizándola: lo importante, en esta vertiente, es no solamente dar cuenta de las consecuencias de los cambios estructurales a nivel de los actores, sino tratar de producir una inteligencia en la sociedad que parta –y no solamente que llegue– desde las experiencias de los actores. Un cambio de orientación que implica la producción de una sociología que esté dirigida hacia los individuos: de lo que se trata es que los actores comprendan mejor la sociedad en la cual están viviendo. Una sociología cuyo objetivo primero es estudiar los grandes desafíos a los que están enfrentados los individuos en una sociedad, propone una descripción analítica de la sociedad que es distinta a la que proponen otras perspectivas teóricas.

 

E.: En la sociología del individuo reconocés tres perspectivas que utilizan diferentes estrategias para comprender las transformaciones del mundo contemporáneo, y son la socialización, la subjetivación y la individuación. Yo te preguntaría por las ventajas epistemológicas y las consecuencias metodológicas de estas tres perspectivas.

Martuccelli: Las tres son perspectivas de estudio de muy largo aliento. La socialización, la subjetivación, la individuación, cada una de ellas se plantea una pregunta distinta y la aborda desde metodologías específicas. En el caso de la socialización, la cuestión central es el proceso de fabricación psicosociológica del actor, lo que supone que el objetivo central de estos estudios es describir cómo se da el proceso de interiorización de normas o cómo a través de disposiciones incorporadas los diferentes actores logran constituirse en sujetos. Generalmente, en estos trabajos se supone un vínculo más o menos estrecho entre condiciones sociales y tipos de actores, una actitud que, en los últimos tiempos, ha conducido a privilegiar en ese tipo de sociologías el estudio de retratos pormenorizados y contradictorios de socialización.

En el caso de la subjetivación la relación es más bien con la política es decir, aquí la cuestión fundamental es comprender cómo se da la articulación entre movilizaciones colectivas y experiencias personales. Es una sociología que esencialmente, incluso cuando toma en cuenta experiencias más individualizadas, trata de establecer un vínculo con las luchas sociales y con los mecanismos de dominación propios de un período histórico, ya sea desde la vertiente del psicoanálisis o sobre todo desde el marxismo.

En el caso de individuación lo que interesa es comprender la manera en que en los diferentes periodos históricos se fabrican desde las estructuras sociales a los individuos, lo que supone una conversación con grandes estudios históricos y estructurales. Este esfuerzo puede hacerse por un lado, a través del estudio de cómo ciertos factores estructurales transforman los grandes perfiles del individuo (diferenciación social, relación capital-trabajo…), y por el otro, cuando el objetivo es practicar una sociología más individualizada, se trata de comprender cómo detrás de estos grandes factores estructurales los individuos enfrentan un conjunto de desafíos o de pruebas a través de los cuales se constituyen como actores sociales. En el marco de la sociología de la individuación, en la cual inscribo mis trabajos, parto de las experiencias individuales y trato de ir progresivamente –y de manera inductiva– comprendiendo el trabajo de las estructuras. El camino de análisis va pues de las experiencias a las estructuras sociales.

 

E.: La sociología del individuo propone nuevas preguntas y una metodología diferente para comprender el cambio social. Podríamos decir que abandona la pregunta por las formas de producción del orden social de la sociología clásica para hacer otra pregunta que coloca en el centro de la reflexión al individuo, partiendo de las experiencias de los individuos. En términos del desafío que supone esta sociología para la investigación ¿cómo se resuelve la distancia entre la experiencia individual y las estructuras sociales en las que se inscriben esas experiencias?

Martuccelli: Durante mucho tiempo la sociología resolvió esta distancia aplastando lo micro social sobre lo macro social. Es decir, una vez que se poseía una cartografía de la macro estructura se inferían, se deducían, casi mecánicamente las consecuencias micro sociales. La sociología clásica tuvo una mirada fuertemente “descendente” de la vida social. Al punto que para cierta sociología clásica esto hacia innecesario o irrelevante el estudio concreto de los individuos –la descripción de los casilleros sociológicos era suficiente para describir a los actores que se encontraban en ellos. En los años 1950-1970, en Estados Unidos sobre todo, apareció una micro-sociología que defendió una filosofía distinta de la vida social y de la investigación –la fenomenología, el interaccionismo simbólico, la etnometodología–, que le dio al nivel de la interacción, una autonomía intelectual a veces absoluta.. Descubrieron una cosa importante: que muchas de las cosas que ocurren a niveles interactivos no podían ser deducidas de elementos estructurales. Impusieron entonces la idea de que la articulación entre lo macro y lo micro no era tan evidente ni tan rígida y homogénea como lo presupuso durante mucho tiempo la sociología.

La sociología del individuo, incluso en sus deudas con la micro-sociología, plantea una tesis distinta: parte de la experiencia para llegar a las estructuras y para ello propone una apuesta metodológica y teórica distinta. O sea, en las sociologías del individuo, en todo caso en la manera en que en mis propios trabajos estudio el proceso de individuación, lo importante no es autonomizar el nivel de las interacciones, sino comprender el trabajo de las estructuras desde las experiencias sociales. Se trata de ensayar un camino distinto y casi inverso al de la sociología “clásica”. De la misma manera que partiendo de la estructura se pueden describir perfiles-tipos de individuo, se formula la hipótesis de trabajo de que es posible comprender las estructuras a partir de lo que viven los individuos. ¿Cómo? Partiendo metodológicamente de un conjunto importante de entrevistas y esforzándose por interpretar lo que es común a todos los individuos puede así, y por ende solo a posteriori, ser entendido como resultado de prescripciones o retos estructurales. Lo que es común en el sentido de los desafíos que los trabaja, los suscita, los motiva, los complica Este es el camino intelectual que trata de explorar este tipo de sensibilidad sociológica, lo cual crea un problema por supuesto interesante que es cómo saber desde las experiencias si uno está o no “tocando” elementos estructurales. La respuesta a este interrogante creo que sólo puede darse de manera inductiva a través de estudios empíricos. Sin embargo, y desde mi experiencia de investigación, me parecería algo extraño –si comprendemos la estructura como un sistema activo de coerciones comunes a los actores–, que cuando se interroga a un número importante de actores individuales no aparezcan en las experiencias, de maneras distintas y plurales, el trabajo de las estructuras.

 

E.: En tu libro Gramáticas del individuo desarrollás lo que son las dimensiones del individuo (soporte, rol, respeto, identidad, subjetividad) y en tus investigaciones aparecen como claves analíticas las pruebas o desafíos estructurales que el individuo debe afrontar. ¿Cómo juega cada una de estas dimensiones del individuo en relación con las pruebas? ¿Cómo se expresa esta relación en el caso particular de las y los jóvenes?

Martuccelli: Identifico dos planos analíticos diferentes. Por un lado, prueba o desafío es la noción a través de la cual se inscribe una larga tradición humanista de la formación del individuo, por la cual se trata de establecer el vínculo entre experiencias y estructuras. Es la razón por la cual, para una sociología de la individuación, es el operador analítico más importante. Pero esta prueba, que es la articulación estructura-experiencia, trabaja de manera muy visible en función de las diferentes dimensiones del individuo. Por ejemplo, los soportes siempre han existido (no existe un individuo que se sostenga a sí mismo), todos tenemos soportes, pero los soportes tienen legitimidades diferentes y se construyen de manera muy distinta según las sociedades. Los soportes se convierten en una dimensión que debe ser cuestionada desde las pruebas. Los soportes que tiene un individuo y que lo sostienen, pueden ser legítimos o no, plurales o no, y será desde esta diversidad como se puede entender que el individuo tenga la capacidad de enfrentar con mayor o menor éxito las pruebas.

Por roles sociales entiendo en concordancia con la sociología clásica la manera como se da, dentro de una organización específica, el vínculo entre prescripciones institucionales y acciones personales. Aquí también la manera como los actores se encuentran confrontados a roles más o menos claramente definidos, o por el contrario, mucho más lábiles, va a complicar la manera en que dentro de una institución (la familia, el trabajo) se van a enfrentar pruebas estructurales.

La identidad es una dimensión de los actores que históricamente alcanza un peso mayor desde el advenimiento de la modernidad, cuando las personas se ven compelidas a pensar su biografía a través de una serie de rupturas. Por eso la identidad es esta dimensión ambivalente que siempre es demasiado colectiva para expresar lo personal (ser hombre, mujer, obrero, argentino, etc.) y al mismo tiempo es siempre demasiado individual para ser plenamente colectiva (porque siempre me define como persona singular).

Y lo mismo se puede decir de la subjetividad: es una dimensión individual que siempre existió, que reenvía a una dimensión “espiritual” de los actores, esa parte que cada uno de nosotros lleva y que pensamos es de índole extra social. En este punto, en Occidente, el peso de la tradición cristiana y la noción del alma es evidente–; o sea la subjetividad es la voluntad de los actores modernos de disponer en “ellos mismos” una parte no-social, una suerte de sociología laicizada del alma que aquí también entra en resonancia con las pruebas sociales e históricas que los individuos enfrentan.

Cada una de estas nociones permite, por supuesto, hacer estudios específicos. Pero si la problemática es la individuación creo que la noción de prueba y la articulación particular que propone esta noción entre estructuras y experiencias, es la más fecunda.

 

E,: Tu trabajo ha permitido mostrar que los individuos están expuestos a un proceso de singularización referido a las experiencias sociales que se dan en la esfera económica, en la esfera de las instituciones y de la sociabilidad. ¿Podrías ampliar un poco más esa idea y señalar cómo se expresa la singularización en cada una de estas esferas?

Martuccelli: Hay una cosa que es muy impactante hoy en día: el pensamiento crítico nos sigue describiendo un universo social profundamente sometido a la homogeneidad, a la unidimensionalización, a la estandarización, cuando en realidad la vida social está cada vez más marcada por una lógica estructural distinta. Vivimos en sociedades en las cuales, sin que ello implique la desaparición de fenómenos de estandarización, lo novedoso es la afirmación estructural de la singularidad: algo bien visible a nivel del consumo, cuyas prácticas y objetos tienden a singularizarse, pero también, para dar solamente un segundo ejemplo, a nivel de las instituciones que son juzgadas como buenas o malas en función de su disímil capacidad para permitir la expresión, la más amplia posible, de cada singularidad. Esto no quiere decir que no existan más, por supuesto, fenómenos de estandarización. Quiere decir que los fenómenos sociales están hoy en día atravesados por la dialéctica entre estandarización y singularización y su conflicto.

A la vez que aparecen, por ejemplo, protocolos médicos fuertemente estandarizados, se afirma una demanda creciente por una medicina personalizada (a lo que apuesta por lo demás la medicina genética que se vislumbra en un futuro no muy lejano). En muchos otros ámbitos sociales, al mismo tiempo que se reconoce la necesidad de procesos de estandarización, asociados a veces al progreso indispensable de la igualdad, aparecen simultáneamente demandas que exigen tratamientos singularizados (en la escuela, en la justicia…) que vienen complejizar la imagen de la igualdad. La “mala” institución es hoy en día aquella que es incapaz de dar un tratamiento singularizado a todos y cada uno de sus usuarios (algo bien visible, en el ámbito escolar, por ejemplo, a nivel de las demandas por una pedagogía personalizada). Me parece que cada vez más vivimos en este universo y que la sociología tiene que comprenderlo e incorporarlo en sus proyectos de análisis, de investigación, pero debe también desentrañar, en su vocación eminentemente política, lo que implica para el orden social esa afirmación fuerte de la singularización.

 

E.: ¿El proceso de singularización es más que un mero programa institucional? Es una de las grandes tesis de François Dubet sobre la modernidad, ¿tomaste cierta distancia de esta tesis y por qué?

Martuccelli: El proceso estructural de singularización excede el sólo programa institucional en el sentido fuerte del término que le da François Dubet (o los partidarios de la tesis de la individualización como variante del individualismo institucional de la que ya hemos hablado). La cuestión no es solamente saber si los individuos están o no enmarcados activamente en sus vidas por instituciones –programas institucionales. Sí, sin duda, el proceso de singularización es activo a nivel de muchas instituciones (escuela, familia, empleo…) y de sus prescripciones individualizadas que conminan a que cada actor fabrique una biografía personal. Pero el proceso de singularización va mucho más allá del trabajo exclusivo de las instituciones, es irreductible a éstas, y de ahí, justamente su importancia capital. La singularización es visible a nivel de la sociabilidad (la acentuación de vínculos interpersonales personalizados facilitados, por ejemplo, por los celulares), a nivel de los mecanismos de producción (con gamas cada vez más singularizadas de productos), a nivel de las maneras como los actores se perciben a ellos mismos… Conjunto de procesos que no pueden reducirse, cualquiera que sea su importancia, a la sola prescripción institucional.

No sé si eso debe tomarse o no como una distancia con respecto a la tesis del programa institucional –lo que sí subraya es una concepción ampliada y no restringida del proceso de singularización. Por lo demás y como el mismo François Dubet lo ha subrayado, la tesis del programa institucional ha sido a veces mal entendida. No quería decir que no había más instituciones (en ese sentido el título del libro es equívoco), sino que apuntaba a demostrar las nuevas maneras cómo operan las instituciones en diversos sectores sociales; cómo tienden a prescribir menos modelos uniformes y solicitar cada vez más a las capacidades de los individuos para que resuelvan, ellos mismos y a su nivel, lo que ayer era prescrito y resuelto por las instituciones. Ahí una singularización muy fuerte, prescripta por las instituciones, y llevada adelante por el actor.

En este sentido y para que no haya dudas lo repito: las instituciones son uno de los factores, entre otros, de un fenómeno estructural más amplio que es la singularización. La tesis de la individualización, en la versión de Beck y Giddens, es un ejemplo de este proceso de singularización en donde los actores están conminados desde las instituciones a fabricar biografías personales. Pero eso no nos tiene que hacer olvidar los otros elementos estructurales de la singularización en curso y que son más amplios. De allí la importancia de comprender –no se trata en absoluto de un juego de palabras– que lo que es verdaderamente problemático en nuestras sociedades, no es tanto ni solamente el proceso de individualización (producido por las instituciones) sino la singularización activa en toda la vida social. Una vez más, existe una producción “industrial” de la singularidad. Si se deja escapar esta dimensión, la singularidad se asocia y se disuelve en un mero revival romántico. Si la singularidad toma tal centralidad en nuestras sociedades es porque vivimos en sociedades en las cuales la producción de la singularidad (en la industria, en las instituciones, en la sociabilidad) se vuelve un ideal colectivo. En el mundo de la producción hemos pasado, para decirlo en términos muy simples y esquemáticos, por tres grandes etapas de la producción: la artesanal, donde los productos eran singulares; la industrial, donde primó la estandarización, en donde hubo una fuerte homogeneidad de productos (los autos Ford fueron de color negro y solo negro para toda una generación); y hace unas décadas, hemos ingresado en una nueva era de la producción industrial singularizada, donde cada vez más se tiende a producir productos específicos y distintos, en gamas cada vez más reducidas, con el fin de satisfacer nichos de consumidores cada vez más diferentes en sus anhelos.

 

E.: En una entrevista realizada en el 2013 por la revista brasilera Educaçao e Pesquisa pones en dialogo los términos justicia escolar y singularidad y no referís al par igualdad-desigualdad. Quisiera que profundizaras un poco en la relación justicia escolar-singularidad y también preguntarte, en tu opinión, cómo puede el sistema escolar ser justo en la distribución del bien educación, y esta cuestión es un universal a alcanzar que nos devuelve al principio de igualdad, y al mismo tiempo atender a la singularidad de cada individuo. ¿Qué consecuencias prácticas tiene esta posición para la escuela?

Martuccelli: La modernidad se definió desde la igualdad. Y creo que cualquier atisbo que pueda poner en cuestión el zócalo político de la igualdad es algo a lo que hay que oponerse visceralmente. Pero la igualdad se entendió y se asoció dentro del proceso de la modernidad a ciertos principios de homogeneidad (por lo menos implícitos): todos debían más o menos tener acceso a los mismos productos, forjar sus vidas en medio de trayectorias institucionalizadas similares (formación, trabajo, jubilación), en el fondo, compartir experiencias más o menos semejantes. La sociedad industrial, y la lógica de producción de masas, asociadas con el proceso de expansión del consumo, soldaron la ecuación entre la igualdad y la homogeneidad.

Esta visión particular de la igualdad-homogeneidad fue puesta en cuestión por el reconocimiento del tema de la diferencia desde los años sesenta. La diferencia evocaba la necesidad de tener que reconocer grupos diversos y sobre todos identidades, demandas para los cuales el simple tratamiento igualitario implicaba –voluntaria o involuntariamente– formas de discriminación. Hubo así una toma de conciencia progresiva de que para alcanzar la igualdad (como resultado y horizonte), había que asumir el riesgo de no tratar igualitariamente a todos los grupos o individuos y ello en nombre paradójicamente de la igualdad. La diferencia, a pesar de ciertos excesos, nunca fue el objetivo, sino tan solo un mecanismo para lograr la igualdad. La diferencia supuso así una complejización del proceso de realización de la igualdad –y creo que éste es el principal legado de varias décadas de políticas de discriminación positiva o affirmative action en dirección de las minorías. En este sentido, la inflexión de la diferencia a pesar de los debates acalorados que suscitó se inscribió por lo esencial en el horizonte de la diferencia.

El desafío de la singularidad a la igualdad es mucho más importante: a la vez más problemático y sin duda se inscribe en una aspiración de mucho más largo aliento. En un primer nivel existe una tensión fundamental entre lo singular y la igualdad: es una tensión real, porque lo singular quiere decir que se debe reconocer una particularidad que no puede generalizarse necesariamente a todos los casos. Esto supone, por ejemplo, tomo el caso de la justicia, disociar la cuestión de la igualdad de la cuestión de la justeza. Cuando la situación de un actor ha sido realmente pensada y tratada en toda su singularidad, la respuesta que ha recibido de parte de una institución hace que el actor tenga el sentimiento que ella se adapta perfectamente a su caso personal, y en este marco de justeza institucional, el individuo puede comprender que, para proporcionar una respuesta adecuada de esta misma índole (justeza), las instituciones puedan –o incluso deban– tratar de buscar otras respuestas, igualmente singulares, pero disímiles a las suyas, para otras personas. O sea, la singularidad requiere un horizonte compartido de igualdad –la búsqueda de la justeza propiamente dicho–, pero para lograrlo, o sea para que las respuestas sean realmente singulares, es preciso deshacerse de toda preocupación por la igualdad-homogeneidad. La igualdad impone la exigencia común de una respuesta específica a la singularidad de cada cual. Lo cual sólo es posible, una vez que se ha aceptado una exigencia común de igualdad; una igualdad que no debe buscarse a nivel de las respuestas, sino en la búsqueda de tratamientos efectivamente singulares que pueden, en ciertos casos, ser muy distintos.

La igualdad en la formación escolar, por ejemplo, debe así buscarse, en apariencia de manera contradictoria, desde respuestas singularizadas y ajustadas para cada individuo. En este sentido, el verdadero lugar en donde hoy se practica la pedagogía diferenciada (habría que decir singularizada para ser exactos) es a nivel del doctorado, donde un docente trata de darle el mejor acompañamiento –es decir el más ajustado a sus expectativas y experiencias– a un alumno en su trabajo tesis. Y para lograr esta igualdad-justeza es preciso poner en práctica acompañamientos singulares radicalmente desiguales (o sea, heterogéneos).

En su posible despliegue institucional, la singularidad, imposible no advertirlo, corre el riesgo de terminar poniendo en cuestión el trato igualitario. Por eso, en un futuro próximo, es indispensable construir nuevos lenguajes y conceptos que nos permitan distinguir entre tratamientos singulares compatibles con el horizonte de igualdad-común y los tratamientos singularizados que, por el contrario, no son sino un retorno a viejas jerarquías y desigualdades. Te doy un ejemplo muy tonto, pero menos anecdótico de lo que parece a primera vista: en los aeropuertos se tiende a generalizar, para las personas que viajan en primera clase o en ejecutiva, circuitos paralelos desde el momento en que sacan su carta de embarque o depositan sus valijas, hacen los trámites de migración, pasan los controles de seguridad, descansan en salas de espera o incluso en el momento de embarque en el avión. El ejemplo permite distinguir cosas. Que una compañía ofrezca, en función de los precios de los billetes, servicios diferenciados a sus clientes es algo que, en el seno de una sociedad capitalista y de la relación capital-trabajo en la que vivimos, es hoy globalmente aceptado (para algunos incluso esto es visto como algo justo –el diferencial de precio generando un criterio de justicia entre los pasajeros). ¿Dónde está entonces el problema? En el hecho de que, en el trayecto que he evocado, el Estado ponga a disposición de las personas (clientes) que han pagado un billete de avión más caro, agentes de migración y seguridad específicos. El dinero introduce un tratamiento desigual entre los ciudadanos, un tratamiento discriminatorio que va en contra del principio de igualdad y que no favorece ninguna justeza compatible con un tratamiento de la singularidad acorde con el principio de igualdad. Es simplemente un privilegio. Para que el lector entienda bien de lo que se trata: si este principio se generalizara, sería necesario que el Estado ponga a disposición de los propietarios de autos de lujo, carriles de circulación exclusivos en las ciudades… Creo que la expansión de la singularidad, va a generar progresivamente en los años que vienen un conjunto importante de debates tanto en la filosofía política como en las experiencias de justicia ordinarias de nuestras sociedades.

 

E.: Me parece que es una discusión que hay que dar en el campo educativo especialmente en América Latina, cuyos países vivieron procesos de desintegración, desafiliación y desigualdad. La singularidad o singularización suele ser interpretada como un proceso social o educativo equivalente a la desatención de la desigualdad.

Martuccelli: Hay muchas maneras de pensar la evaluación escolar de un alumno, pero una de ellas pasa por la evaluación de los progresos específicos hechos por un alumno: lo importante es comprender –y evaluar– desde el punto de partida singular de cada alumno su punto de llegada. Lo importante no es la clasificación de unos contra otros (dictada en sí misma por la nota), sino la evaluación del esfuerzo singularizado hecho por cada uno de los alumnos –independientemente de un indicador promedio. Para efectuar ese reconocimiento del esfuerzo singularizado, y por ende proporcionar una evaluación ajustada, es indispensable razonar desde el punto de partida y el punto de llegada. O sea, la “nota” tiene dos dimensiones: una lectura vertical (un alumno en referencia a sus pares –clasificación) y una lectura horizontal (los progresos singulares de cada cual). La oclusión de la segunda dimensión en aras de la primera es una fuente de desigualdad. Cierto, esto es distinto de la desigualdad que evocas, más visible porque es producida desde los diferenciales de acceso o de calidad educativa, pero lo importante creo, es comprender cómo el reconocimiento de la singularidad en la educación obliga a tomar conciencia de nuevos problemas a la hora de pensar la igualdad y la justicia, sin desconocer estos problemas (digamos tradicionales).

 

E.: Esa igualdad evidentemente tiene que ser redefinida a la luz de las estructuras sociales que caracterizan a la sociedad contemporánea. Señalabas en una conferencia en el IIPE - Unesco que “América Latina vive una profunda revolución educativa producto de la llegada de una primera generación de jóvenes provenientes de sectores populares a la escuela secundaria, produciendo una serie de transformaciones en las relaciones de género y de la propia adolescencia”. Me pregunto, y en tu opinión ¿cuáles pueden ser esas transformaciones que trae aparejada la inclusión de las jóvenes a la escuela secundaria?

Martuccelli: Creo que América Latina está viviendo un proceso fundamental y que no siempre se extraen todas las consecuencias de la revolución educativa en curso. Cierto, este proceso es muy distinto según que hablemos de zonas urbanas o rurales, según los grupos sociales y sin lugar a dudas que existen enormes diferencias entre los países en donde la cobertura secundaria tiende a universalizarse y aquellos que aún están lejos de esa meta. Pero estas diferencias no deben hacer descuidar lo esencial. En el diagrama institucional de la escuela en América Latina, como en otras partes del mundo, la escuela secundaria fue pensada, en todo caso en sus orígenes, para recibir una cierta elite –en verdad, para un grupo reducido de adolescentes de clase media. Hoy, quiero decir desde hace unas décadas, y esto es el gran desafío, la escuela secundaria tiene la aspiración de acoger a todas las categorías sociales. Esta situación genera fenómenos comunes en muchos colegios pero que se viven en medio de una gran soledad profesional: cada docente “enfrenta” así, en muchos lugares, a un público escolar que desconoce socialmente y que muchas veces percibe como “inadaptado” con respecto a la escuela y sus exigencias. Para decirlo de manera simple: un proyecto de inclusión escolar que no se adapta a la realidad (social, cultural, de género…) de este nuevo público adolescente, hace que cada docente compare los alumnos que tiene delante de él con la imagen más o menos nostálgica, e idealizada, que tiene de su propia adolescencia e incluso de los buenos alumnos que tuvo “antaño”… Quiero decir, aunque parezca un slogan, que existe un divorcio profundo entre las instituciones escolares concebidas en el siglo XIX, los docentes nacidos en el siglo XX y los adolescentes del siglo XXI.

Me parece que hay dos grandes maneras de responder a este desafío: una es apostando a la formación de los docentes (a través de un trabajo de toma de conciencia, de apoyos pedagógicos, de ayuda desde los ministerios para que puedan adaptar las pedagogías…); y la otra es de índole institucional. Sin menoscabo del interés –y la necesidad– de la primera estrategia, creo que es esta segunda opción la que debe ser privilegiada. Hay que comprender que lo que tiene que cambiarse es la forma escolar en sí misma: la manera como la escuela acoge a la adolescencia, transmite conocimientos, forma ciudadanos, educa individuos. Y en este sentido creo que, a pesar de la importancia de los cambios y las experimentaciones y su diversidad, en el fondo se ha hecho poco desde el punto de vista de una mirada institucional –y ello va desde la manera cómo se transmiten los conocimientos, como se suscita la participación de los alumnos, como se democratizan de las relaciones de autoridad en las escuelas, pero también supone integrar la transformación cultural y social de la adolescencia contemporánea. La escuela tiene que entender que los alumnos tienen centros de interés y experiencias diversificadas, desde el trabajo para algunos hasta la exploración cultural para todos, lo que suscita formas de curiosidad y de saber nuevos. La escuela no posee más el monopolio de la apertura cultural de las nuevas generaciones. Eso hace indispensable repensar la forma escolar, incluyendo cosas en apariencia –pero solo en apariencia– tan tontas como el tiempo de las clases, la disciplina y la cuestión del silencio en las aulas… Frente a estos desafíos la sola respuesta por la formación de los docentes –insisto necesaria y bienvenida– será insuficiente. O mejor dicho, la formación de los docentes no debe pensarse en oposición o como alternativa a la refundación escolar; es solamente una vez repensada la institución escolar que habrá que pensar, en un segundo momento, la formación docente.

 

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