Archivos de Ciencias de la Educación, vol. 12, nº 14, e049, 2018. ISSN 2346-8866
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Ciencias de la Educación

Dossier

Universidad y lucha de clases. La confluencia de obreros y estudiantes en la Córdoba reformista de 1918

Eduardo Díaz de Guijarro

Universidad de Buenos Aires, Argentina

Cita recomendada: Díaz de Guijarro, E. (2018). Universidad y lucha de clases. La confluencia de obreros y estudiantes en la Córdoba reformista de 1918. Archivos de Ciencias de la Educación, 12 (14), e049. https://doi.org/10.24215/23468866e049

Resumen: A partir de la bibliografía existente sobre la Reforma Universitaria de 1918 y la sociedad de la época y de un estudio específico de los conflictos obreros y su relación con el movimiento estudiantil, en este artículo se muestra el carácter capitalista de la economía cordobesa de principio del siglo XX, la existencia de una oligarquía que monopolizaba el poder económico, político y cultural de la provincia y la profunda relación existente entre las luchas de la clase obrera cordobesa y el movimiento estudiantil que protagonizó la Reforma. Esta visión de conjunto permite comprender no solo la magnitud de aquellas movilizaciones sino también sus limitaciones posteriores, vinculadas a las oscilaciones de la lucha de clases en la Argentina.

Palabras clave: Reforma 1918, Obreros, Estudiantes, Lucha de clases.

University and Class Struggle. Workers and students confluence in 1918 reformist Córdoba

Abstract: Considering previous works about 1918 University Reform and that times society and a particular study about labour conflicts and their relation with the students movement, this paper shows the capitalist character of Córdoba economy at the beginning of XXth century, the existence of an oligarchy that monopolized the economic, political and cultural power of the province and the deep relation between Córdoba working class struggles and the Reform student movement. This point of view allows to understand not only the magnitude of that mobilizations bnut also their later limitations, related to oscilations of class struggle.

Keywords: 1918 Reform, Workers, Students, Class struggle.

Introducción

La mayor parte de los textos clásicos sobre la Reforma Universitaria de 1918 la describen como una batalla cultural en la que los estudiantes cordobeses enfrentaron a un cuerpo profesoral dogmático y acientífico y lograron romper el predominio del clericalismo en la educación superior. En esta tónica, aunque con diferentes matices e implicancias, se inscriben los trabajos de Gabriel Del Mazo (1941), Juan Carlos Portantiero (1978), María Caldelari y Patricia Funes (1998), Hugo Biagini (2000), Alberto Ciria y Horacio Sanguinetti (2006) y Pablo Buchbinder (2008). Esos textos son un punto de partida imprescindible para comprender la dinámica interna de lo que sucedió hace ya cien años en la universidad cordobesa y sobre su influencia cultural y su repercusión posterior en toda Latinoamérica.

Otros investigadores centraron sus estudios en aspectos ideológicos y políticos que influyeron en la rebelión estudiantil, contribuyendo así a una mayor comprensión de su complejidad. Javier Moyano (2007; 2009) explica la compleja red de vínculos y entrecruzamientos que existían en el campo político entre los sectores “liberales” y “clericales” que definían en gran medida la sociedad cordobesa de la época. Gardenia Vidal destaca las asociaciones liberales desde fines del siglo XIX y considera que con la Reforma “la modernidad había triunfado sobre el arcaísmo clerical” (Vidal, 2005, p. 196). Celia Guevara se pregunta por qué se produjo en la Universidad de Córdoba y en ese momento y no en otro, y sostiene que la Reforma se alimentó de “la clase media en ascenso, la de los hijos de inmigrantes” y de “la clase liberal criolla”, que aportó su herencia cultural y su anticlericalismo (Guevara, 2011, p. 38).

En la mayor parte de estos trabajos se resalta la influencia de hechos relevantes a escala mundial, como la Guerra Europea y la Revolución Rusa, y nacionales, como la ley Sáenz Peña, que estableció en 1912 el voto universal para los hombres en la Argentina, y el triunfo de Hipólito Yrigoyen en las elecciones presidenciales de 1916.

Interpretando la Reforma como un enfrentamiento entre dos formas sociales antitéticas, otros autores hacen hincapié en la herencia colonial de la clase dominante cordobesa y su íntima relación con la Iglesia Católica. Llevando esta interpretación a un extremo, Marco Antonio Dias sostiene que las formas medievales no habían desaparecido de la provincia mediterránea y que “los estudiantes argentinos tenían el sueño de modernizar la sociedad, hasta entonces absolutamente feudal” (Dias, 2016, p. 24).

Varios historiadores cordobeses estudiaron las características sociales, económicas y políticas de la oligarquía local de fin del siglo XIX y comienzo del XX (Pianetto y Galliari, 1989; Valdemarca, 2005; Moyano, 2007; Moyano, 2009), y también la alta conflictividad laboral, el proceso de sindicalización y las importantes huelgas obreras que se produjeron en Córdoba durante ese período y particularmente en 1917 y 1918 (Pianetto, 1991; Chabrando, 2010). Estos aportes permiten comprender la Reforma cordobesa desde una mirada más amplia, en su carácter de batalla cultural inmersa en la lucha entre las clases sociales, en una provincia en la que el capitalismo estaba ya considerablemente instalado. Este enfoque está presente en el estudio introductorio de César Tcach a la publicación facsimilar de La Gaceta Universitaria realizada para el 90ª aniversario de la Reforma por varias universidades nacionales (La Gaceta Universitaria 1918 – 1919, 2008) y en los trabajos de Chabrando (2010) y Moyano (2017).

Basándome en este abundante material historiográfico y en una investigación propia sobre fuentes primarias, diarios de la época, fotografías y testimonios de protagonistas, profundizaré en este artículo el enfoque que vincula fuertemente la Reforma Universitaria con las luchas sociales de la época, sosteniendo que:

  1. 1. Córdoba en 1918 era una ciudad con un desarrollo capitalista que la alejaba de sus resabios feudales;
  2. 2. Que la Reforma Universitaria de 1918 fue parte de una batalla más general, cuyo protagonista principal fue la clase obrera;
  3. 3. Que la coincidencia de las movilizaciones de trabajadores y estudiantes se debió a que ambos luchaban contra un enemigo común, pues la oligarquía cordobesa controlaba simultáneamente la economía, la política y la educación de la provincia.
  4. 4. Esta interpretación permite comprender las limitaciones posteriores de la Reforma, pues el reflujo de las luchas sociales impidió que se profundizara la transformación de las universidades.

El capitalismo cordobés: inmigrantes ricos y aristócratas nativos

En 1880 se resolvió, por la vía armada, la unidad nacional con el predominio del puerto, mientras la pampa húmeda era incorporada a la actividad productiva luego de las “campañas al desierto” de 1879. El tendido de las redes ferroviaria y telegráfica conectó las principales ciudades con las regiones agrícolas, permitió la circulación de mercaderías y satisfizo las necesidades de quienes habían invertido en su construcción: los capitalistas ingleses. La nueva red de transporte llevaba hacia el puerto la producción agropecuaria y permitía la distribución interna de los productos importados.

Córdoba quedó inmersa en esos acelerados cambios, en los que la oleada de inmigrantes europeos jugó un papel decisivo. La mayoría de los recién llegados pertenecían a los sectores más desposeídos de la sociedad y se empleaban como jornaleros rurales o como obreros urbanos, pero también algunos comerciantes, artesanos o profesionales fueron atraídos por las posibilidades de progreso que brindaba un país joven. Entre 1860 y 1880 llegaron a Córdoba varios inmigrantes gallegos provenientes de la provincia de Pontevedra, que pronto se transformaron en poderosos comerciantes mayoristas. Entre ellos estaban los hermanos Narciso y Antonio Nores, Rogelio y Heriberto Martínez y Pascual Caeiro (Pianetto y Galliari, 1989).

Estos empresarios lograron insertarse en la alta sociedad cordobesa. En 1864 Narciso Nores se casó con Marcela Bas y Garzón y su hijo fue el médico Antonio Nores, dirigente clerical y rector de la universidad en 1918. En 1881, Rogelio Martínez se casó con Isabel Berrotarán y en 1890 su hermano Heriberto con Manuela Carranza. Una hija de Rogelio Martínez se casaría tiempo después con Antonio Nores.

Estas familias, donde se entrelazaban los aristócratas locales con los comerciantes de origen europeo, tenían en común un acentuado catolicismo y así pudieron disponer también de un órgano de difusión, el diario Los Principios, vocero de las posiciones de la Iglesia. Su poder económico fue creciendo y con los años diversificaron sus actividades. Además de monopolizar en una veintena de empresas el comercio mayorista de la provincia, comenzaron a instalar diversas industrias donde fabricaban los productos que luego distribuían, adquirieron tierras e hicieron negocios financieros, muchas veces mediante maniobras abusivas (Valdemarca, 2005). Su influencia les permitió dirigir gremios patronales como la Bolsa de Comercio, fundada en 1900, y a través de diversos partidos políticos ocupar numerosos cargos en la administración comunal, en el gobierno provincial e incluso en el Congreso Nacional.

Las relaciones de producción se estructuraron en términos capitalistas. Alrededor de las estaciones del Ferrocarril Central Argentino y Central Córdoba comenzaron a nuclearse pequeños establecimientos fabriles y también molinos harineros. En 1891 se inauguró el Dique San Roque, que dotó de agua a la ciudad y comenzó a generar energía eléctrica, impulsando así el desarrollo industrial. A poco de su inauguración la usina pasó a manos de la empresa Córdoba Light and Force Company, controlada por un holding financiero norteamericano con el asesoramiento de abogados nativos, entre ellos José del Viso, miembro de la oligarquía cordobesa (Bischoff, 2016).

No existió en Córdoba un desarrollo fabril comparable al de Buenos Aires, pero sin embargo al comenzar el siglo XX ya existía un proletariado que trabajaba en la construcción y en su cadena de suministros; en las usinas; en el transporte ferroviario, urbano y de carga; en el comercio; en la industria molinera, donde se destacaba el Molino Letizia, de los hermanos Minetti; en las industrias del papel, fosforera y cigarrera; en diversos rubros alimenticios y en varias fábricas de calzado, que llegaron a estar entre las más importantes de Córdoba. La de los hermanos Farga, luego transferida a Céspedes y Tettamanti, ocupaba 650 obreros en 1906, de los cuales 150 eran mujeres, con jornadas de 11 horas en pésimas condiciones de higiene y seguridad y sin protección laboral de ningún tipo (Bosch Alessio, 2012). Con sus ganancias, Pedro Farga “amasó una fortuna en veinte años que le permitió tener casa montada en Paris y educar a sus hijos en Suiza” (Pianetto, 1991, p. 88).

La mayoría de los miembros de la oligarquía cordobesa se educaron en el colegio Monserrat y en la Universidad de Córdoba, que en 1918 tenía unos mil estudiantes, entre las facultades de Derecho, Medicina e Ingeniería. Miembros prominentes de los grupos de poder fueron profesores y autoridades de la casa de estudios. Algunos alternaban las funciones académicas con cargos en el gobierno de la provincia o del municipio, tanto antes como después de 1912.

Las primeras elecciones luego de la sanción de la ley Sáenz Peña consagraron presidente al radical Hipólito Yrigoyen por el período 1916 – 1922, mientras los conservadores pasaban a la oposición. Pero no todos los clericales cordobeses estaban en el partido conservador. Muchos pertenecían al radicalismo desde sus comienzos, como el propio Rogelio Martínez, quien participó en 1891 en un alzamiento radical (Pianetto y Galliari, 1989). Veinte años después, el conservador Antonio Nores fue presidente del senado cordobés mientras sus cuñados Enrique y Horacio Martínez, ambos hijos de Rogelio y hermanos de su esposa, militaban en el radicalismo. Enrique Martínez fue vicepresidente de Yrigoyen en su segundo mandato. Todos ellos mantenían entre sí un acuerdo básico sobre el modelo agroexportador del país.

Imagen Nº 1
Hipólito Yrigoyen junto a su vicepresidente Enrique Martínez en 1928
Hipólito Yrigoyen junto a su vicepresidente Enrique Martínez en 1928
(Foto Instituto Nacional Yrigoyeneano)

Por otro lado, en los comicios de 1915 las dos fórmulas de gobernador y vice estaban integradas por clericales. Entre 1916 y 1919 gobernaron la provincia los radicales Eufrasio Loza y Julio Borda, pertenecientes ambos a las camarillas clericales, que integraban el llamado “radicalismo azul” (Moyano, 2007; 2009).

La burguesía dominante de Córdoba, tanto clerical como liberal, compartía un complejo entrecruzamiento de intereses, adhesiones políticas y lazos familiares. Pero, si bien el sector liberal tenía un peso importante a través de figuras de prestigio como Ramón J. Cárcano, quien fue gobernador en dos períodos, en los años de la Reforma el sector clerical dominaba los resortes clave. Controlaba el poder económico mediante sus comercios, tierras, finanzas e industrias; el poder político mediante cargos públicos municipales, provinciales y nacionales; el poder cultural mediante la prensa, las cátedras y el gobierno de la universidad.

El movimiento obrero

Entre fin del siglo XIX y comienzo del XX se fundaron en la Argentina los primeros sindicatos, la mayoría dirigidos por anarquistas. En Córdoba, en cambio, predominó el socialismo desde la década de 1890. Hubo huelgas a partir de 1904. En aquellos años la confrontación con los empresarios era muy dura. En palabras de Adolfo Domínguez, secretario general del sindicato de panaderos: “a los patrones los veíamos como a un enemigo; nosotros no íbamos a pedirles cosas, los veíamos como aquellos que nos negaban todo y había que apelar a la fuerza” (Pianetto, 1991, p. 92).

A diferencia de las ciudades del litoral, en la clase obrera cordobesa los extranjeros eran minoría. El socialismo rivalizaba con agrupaciones que formó la Iglesia para contrarrestar su influencia, por ejemplo el “Círculo de Obreros Católicos”.

A partir de 1917 la reactivación económica y el impacto de la Revolución Rusa produjeron un aumento de las luchas, coincidiendo con el inicio de las movilizaciones estudiantiles. Paralelamente, el sufragio universal, aunque limitado a los hombres y excluyendo a los inmigrantes, abrió nuevos canales de expresión política.

En septiembre de 1917 se declaró una huelga de los trabajadores ferroviarios de todo el país y los trabajadores cordobeses fundaron la Federación Obrera Local (FOL), integrada por quince sindicatos y dirigida por obreros socialistas, entre ellos Pablo López, Pedro Magallanes, Domingo Ovejero y Miguel Contreras (Tatián, 2016). A principio de 1918, ya iniciado el conflicto universitario, una huelga en el principal molino harinero de la ciudad terminó con un triunfo obrero, la concesión de mejoras salariales y la jornada de 8 horas. Esta huelga mostró también el carácter combativo de los obreros cordobeses. Dice Ofelia Pianetto (1991, p. 96) que frente al rechazo de la patronal a las demandas de los trabajadores “un grupo de huelguistas asalta carros cargados de harina, destruye el producto y acuchilla a los caballos”.

Durante todos esos años, los trabajadores reclamaban la reducción a 8 horas de la jornada laboral, que en algunos casos era de 11 horas y con un solo día de descanso semanal; el aumento de los bajísimos salarios y el reconocimiento del sindicato. Las condiciones de trabajo eran inhumanas. Según relata el dirigente Miguel Contreras (1978, p. 27), quien llegó a ser secretario general de la FOL, los obreros de los molinos debían cargar en sus espaldas bolsas de entre 60 y 90 Kg y no existía ningún tipo de protección legal. Cuando no se presentaban al trabajo no cobraban su salario. “Para sostener una huelga todos los sindicatos daban a los huelguistas un jornal por obrero”.

En julio y agosto de 1918, con la universidad clausurada luego de que los estudiantes desconocieran la elección de Antonio Nores como rector, ya difundido el Manifiesto Liminar y con el conflicto no resuelto, se produjo la huelga más importante de este período, la del Sindicato de Obreros del Calzado. En apoyo a sus compañeros en lucha la Federación Obrera Local declaró un paro general para los días 2 y 3 de septiembre, proclamado en un gran acto el 1° de septiembre, que contó con la adhesión de la Federación Universitaria de Córdoba (Pianetto, 1991, Contreras, 1978).

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Obreras y obreros del calzado en el acto de la Federación Obrera Local el 1º de septiembre
Obreras y obreros del calzado en el acto de la Federación Obrera Local el 1º de  septiembre
(Atlántida, 12 de septiembre de 1918)

La huelga general se prolongó, con los comercios cerrados y sin transporte en la ciudad, hasta el 5 de septiembre, cuando los obreros llegaron a un acuerdo con los industriales. El diario la Nación de Buenos Aires describió la situación de Córdoba durante esos días:

“La ciudad ha adquirido una fisonomía especial. Las calles están llenas de grupos de gentes que comentan los sucesos. Por todas partes se ve tropa armada. Muchas casas tienen entornadas sus puertas.

Las insignias rojas usadas por los obreros y estudiantes se ven en muchas solapas.

La paralización del tráfico es completa. Alguno que otro vehículo que circula por motivos especiales, lleva fuerte custodia. La limpieza de las calles se hace deficientemente. Los artículos alimenticios se cotizan a precios exorbitantes. La carne, sin embargo abundó hoy, gracias a una previsión de las autoridades municipales, que enviaron a los mercados muchas reses.

Continúan activándose las gestiones para resolver el conflicto entre los obreros del calzado y sus patrones, que fue el motivo del paro general. Han obtenido mejoras los obreros de las artes gráficas. Han presentado pliego de condiciones los empleados de comercio.

En la policía permanece acuartelada una compañía del batallón 13 de Infantería. Soldados del 4 de Ingenieros custodian las dependencias de la Unión Telefónica…

Los diarios gestionan autorización de la Federación obrera para que se les permita aparecer mañana.

El obispo diocesano dictó una resolución ordenando el cierre de las iglesias mientras dure el conflicto…

En todas las bocacalles hay soldados armados a máuser” (La Nación, 5/9/1918a, p.9).

La relación de la Reforma Universitaria con las huelgas obreras

Cuando en diciembre de 1917 se produjo el conflicto en el Hospital de Clínicas, que fue la chispa que encendió la movilización estudiantil, habían pasado dos meses desde la creación de la Federación Obrera Local (FOL) y solo un mes desde la finalización de la huelga ferroviaria nacional.

Los hechos universitarios de los meses siguientes son conocidos: en marzo de 1918 se creó el Comité pro Reforma que, ante la negativa de las autoridades a escuchar a los estudiantes, declaró la huelga general el 14 de marzo. Las autoridades cerraron la universidad y los estudiantes reclamaron la intervención del gobierno nacional. El 11 de abril fue designado interventor José Nicolás Matienzo. Poco después se aprobó un nuevo estatuto, que, al igual que en la UBA, reducía las Academias al papel de asesoramiento científico y dejaba el gobierno de las facultades en manos de Consejos Directivos cuyos miembros durarían tres años y serían elegidos en asamblea por los profesores titulares y suplentes (Ciria y Sanguinetti, 2006; Buchbinder, 2008).

Los estudiantes no se desmovilizaron. El 1° de mayo comenzó a publicarse La Gaceta Universitaria, pronto convertida en “Órgano de la Federación Universitaria de Córdoba” (FUC), que fue creada el 16 del mismo mes. Los estudiantes de Buenos Aires, La Plata, Tucumán y Litoral se solidarizaron con sus compañeros cordobeses.

Los sectores contrarios a la Reforma también se organizaron, a través del Comité pro Defensa de la Universidad y los Centros Católicos de Estudiantes.

Luego de la elección de decanos, el 15 de junio los profesores debían elegir el nuevo rector. Enrique Martínez Paz era el candidato de los estudiantes, pero mediante oscuras maniobras de los círculos clericales se impuso Antonio Nores, una de las máximas cabezas de la oligarquía clerical, apoyado por el obispo Zenón Bustos y Ferreyra, quien acusaba a los estudiantes de actuar “por inspiración diabólica”.

Luego de la elección los estudiantes reformistas ocuparon el Salón de Grados de la universidad, desconocieron al nuevo rector y declararon la huelga general. El 21 de junio se publicó el Manifiesto Liminar (FUC, 1918), donde se describían los males de la universidad cordobesa y se proclamaban los objetivos estudiantiles.

Desde el 17 de junio, apenas dos días después del desconocimiento de la designación de Nores, las calles de Córdoba se poblaron de manifestaciones callejeras. Pero esas manifestaciones no eran exclusivamente estudiantiles, como se las muestra en la mayoría de la bibliografía clásica sobre la Reforma. La prensa de la época informó de la realización de un acto de diez mil personas el 23 de junio, en el que entre otros habló el dirigente socialista Alfredo Palacios (Ciria y Sanguinetti, 2006, p.32; La Nación, 24/6/1918, p.8). La Universidad de Córdoba tenía en esa época mil estudiantes en total, y aunque la mayoría de ellos estuvieran a favor de la Reforma, ¿cómo se explica esa cantidad de asistentes?

Imagen Nº 3
Acto del 23 de junio de 1918 en Córdoba
Acto del 23 de junio de 1918 en Córdoba
(Atlántida, 4 de julio de 1918)

En la fotografía se ve a estudiantes llevando pancartas que representaban a sacerdotes oscurantistas huyendo de un sol naciente, mezclados con rostros que pertenecen claramente a trabajadores. La FOL había apoyado la huelga universitaria, pero además desde el 1° de mayo estaban en huelga los obreros molineros de todo el país, incluyendo los cordobeses, con la adhesión de otros gremios. El conflicto de los molineros sólo se resolvió en agosto, con el triunfo de los trabajadores, cuando además ya se había iniciado la huelga del calzado, de modo que la indignación estudiantil contra la oligarquía clerical confluyó con la resistencia obrera a sus patronales, que en muchos casos estaban compuestas por las mismas personas que repudiaban los estudiantes.

Una semana después, otra manifestación similar confluyó en la Plaza Vélez Sarsfield para escuchar al diputado nacional Mario Bravo, también socialista.

Pero tampoco todas las manifestaciones eran pro-reformistas y obreras. El Comité en Defensa de la Universidad también organizó varias marchas callejeras, en las que, según el diario Los Principios del 25 de junio, desfilaban los “caballeros de la cultura”, o sea estudiantes, docentes y miembros de la elite cordobesa. Nunca en la historia el estudiantado ha actuado como un solo bloque, puesto que no es en sí mismo una clase social y refleja en su seno las contradicciones del resto de la sociedad.

En julio sesionó en Córdoba el Primer Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios, del que participaron representantes de las tres universidades nacionales, Córdoba, Buenos Aires y La Plata, y las dos provinciales, Litoral y Tucumán. Se expresaron allí una gran variedad de posturas políticas y se aprobaron resoluciones de variado tipo. En una de ellas se reclamaba el “monopolio universitario por el Estado”. En otra se proponía un proyecto de Ley Universitaria que estableciera Consejos Directivos y un Consejo Superior integrados por profesores, graduados y estudiantes (La Gaceta Universitaria, Año 1, Nº 12, ps. 1-5).

Mientras tanto, el rector Antonio Nores se quejaba ante el gobierno nacional de que “los revoltosos… sumándose a elementos no universitarios y heterogéneos” se habían desviado hacia “el más crudo socialismo” (Ciria y Sanguinetti, 2006, p. 32). Los estudiantes también apelaron al gobierno nacional, reclamando una nueva intervención que consagrara su participación en el gobierno universitario. El 7 de agosto, Nores renunció.

Pero el gobierno nacional vacilaba. Inicialmente, Hipólito Yrigoyen designó como interventor a Telémaco Susini, un reconocido médico anticlerical, hecho que entusiasmó a los reformistas y despertó airado rechazo entre la derecha cordobesa. Decepcionando a los estudiantes, el nombramiento no se concretó y en su reemplazo Yrigoyen eligió poco después al propio ministro de Instrucción Pública, José S. Salinas. Sin embargo, hacia fines de agosto Salinas seguía en Buenos Aires y la intervención no se efectivizaba. La agitación callejera y los actos multitudinarios continuaron.

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Detalle de uno de los actos obreros – estudiantiles en la Plaza Vélez Sarsfield de Córdoba, agosto de 1918
Detalle de uno de los actos obreros – estudiantiles en la Plaza Vélez Sarsfield  de Córdoba, agosto de 1918
(Atlántida, 5 de septiembre de 1918)

La Federación de Estudiantes y la Federación Obrera estrecharon sus lazos y, cuando el domingo 1° de septiembre los obreros realizaron su acto para lanzar la huelga general de los días 2 y 3, contaron con el apoyo de los estudiantes reformistas, hasta tal punto que entre los oradores estuvieron Deodoro Roca y los dirigentes universitarios. Según el diario La Nación de Buenos Aires:

“Los presidentes de la Federación Universitaria de Córdoba, Sres. Barros y Valdés, asistieron el domingo al mitin obrero verificado en aquella ciudad, y pronunciaron discursos, naturalmente juveniles, es decir violentos, en pro de las reivindicaciones de los artesanos. Conductores de una jornada revolucionaria en el orden universitario, aquellos ciudadanos han hallado, en la jornada también revolucionaria de los obreros, su paralelismo solidario, y muy lógicamente por cierto, ya que haciendo abstracción de las causas, de los orígenes, de los fines que persiguen, toda revolución tiene una identidad psicológica fundamental con otra revolución. En el caso de que se trata, la coincidencia es harto explicable, pues estudiantes y artesanos, aparte de que un espíritu liberal más o menos ultra los anima, se identifican, según parece, en la indiferencia con que son acogidas sus reclamaciones (La Nación, 5/9/1918b, p. 8).

Ese día se concentraron alrededor de veinte mil personas, en una ciudad que según el censo de 1914 tenía 135.000 habitantes.

Según informa el mismo diario, Barros y Valdés fueron detenidos por la policía, “porque sus palabras en aquel acto revelaban, según el pensar de las autoridades, un concepto subversivo contrario al orden existente”.

En sus Memorias, Miguel Contreras (1978) describió años después cómo era la relación entre los estudiantes y los obreros:

“…ya en 1916, 1917 y comienzos del 18, en medio de grandes agitaciones obreras en Córdoba, capital e interior, y en el resto del país, los estudiantes frecuentaban constantemente la Federación Obrera Local, en la calle Ituzaingó 56, y figuras muy conocidas y siempre recordadas por nuestro pueblo, como Barros, Roca, Bordabehere y otros, eran familiares a los trabajadores.” (Contreras, 1978, p. 48)

Luego de mencionar la adhesión de la Federación Universitaria de Córdoba y de la asociación de egresados “Córdoba Libre” al paro general de los primeros días de septiembre, Contreras explica que:

…en cada uno de esos actos, como iban de quince a veinte mil personas y entonces no había parlantes, había que tener muy buenos pulmones para hablar, y se levantaban cuatro o cinco tribunas simultáneas. En cada una hablaba un obrero de cada tendencia y un estudiante, eso era ley. (Contreras, 1978, p. 33-34)

Durante el paro de septiembre, una nueva concentración en la Plaza General Paz fue reprimida por la policía, con el saldo de numerosos heridos. La represión y la falta de respuesta a los reclamos hicieron que la huelga se prolongara cuatro días, con los comercios cerrados, sin transporte y con las calles recorridas por trabajadores y estudiantes que coreaban consignas y enarbolaban banderas (Pianetto, 1991).

El jueves 5 de septiembre los industriales accedieron a las demandas obreras y la huelga se levantó. Sin embargo, el conflicto universitario continuaba sin resolución, con la universidad clausurada. Los dirigentes estudiantiles detenidos durante el paro general habían sido liberados y junto con sus compañeros decidieron incrementar la presión sobre el gobierno nacional.

El lunes 9 de septiembre a las 8 de la mañana, un grupo de ochenta y tres estudiantes ocupó el edificio del rectorado. Los presidentes de los centros de estudiantes asumieron como decanos de las respectivas facultades y comunicaron que al día siguiente se reiniciarían las clases y los exámenes.

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“Los estudiantes, posesionados de la universidad, plantan la bandera de la Federación sobre la Bastilla cordobesa”
“Los estudiantes, posesionados de la universidad, plantan la bandera de la  Federación sobre la Bastilla cordobesa”
(Atlántida, 12 de septiembre de 1918)

Pocas horas después y ante la impotencia policial, los estudiantes fueron desalojados por el ejército nacional, trasladados y encarcelados en el cuartel del Regimiento 4 de Artillería y procesados por sedición.

Inmediatamente, Hipólito Yrigoyen envió a su ministro Salinas como nuevo interventor. A pesar de la represión, los estudiantes consideraron que la toma había triunfado. Gracias a ella lograron doblegar las vacilaciones del gobierno.

La nueva modificación del estatuto estableció que los Consejos Directivos estarían integrados por seis miembros más el decano. Aunque todos ellos debían ser profesores o graduados con cierta antigüedad, el método de elección incluía a los estudiantes: “Los Consejos Directivos nombrarán sus miembros a propuesta de una asamblea compuesta de todos los profesores titulares, igual número de profesores suplentes e igual número de estudiantes” (La Voz del Interior, 10/10/1918, p.4).

Tras varios meses de lucha, la movilización estudiantil había triunfado. Pero resulta evidente del análisis que acabamos de realizar que no se trató de una batalla meramente académica o cultural. Los ideólogos de la Reforma y los estudiantes que protagonizaron la huelga del 15 de junio y la toma del 9 de septiembre actuaban en medio de un clima de agitación obrera pocas veces visto en la provincia, se reunían con los dirigentes sindicales y acordaban los pasos a seguir, hablaban en sus actos, recibían su apoyo en los propios y estaban imbuidos del mismo espíritu, ya que luchaban contra un enemigo común, la oligarquía que desde hacía varias décadas dominaba la economía, la política, la educación y la cultura cordobesas.

¿Modernismo contra feudalismo o socialismo contra capitalismo?

Luego del triunfo estudiantil del 9 de septiembre los conflictos continuaron. El 26 de octubre, mientras trabajaba como practicante en el Hospital de Clínicas, el dirigente estudiantil Enrique Barros fue atacado por un grupo de civiles, que lo golpearon y le provocaron graves heridas. El 3 de noviembre, 20.000 estudiantes y obreros confluyeron en un acto de repudio, que fue reprimido por la policía.

Luego de los actos y manifestaciones masivas de junio, el obispo de Córdoba, Zenón Bustos y Ferreyra, había redactado una carta pastoral que fue publicada el 7 de julio en la primera página del diario católico Los Principios. Allí alertaba contra las “manifestaciones desordenadas y sacrílegas” que coreaban “frailes no! dogmas no!” y defendía la continuidad de la Córdoba católica. Pero ya advertía el obispo que el problema no era solo religioso, pues en la misma carta alertaba sobre las características sociales de las manifestaciones. Se alarmaba porque los jóvenes

“se echaron a la calle con la revolución. Llamaron e incorporaron en sus filas a niños y obreros y a toda clase de personas, de las que nada saben de libros, de estudios, de títulos académicos ni de ciencia, y quizá que ni sabían que existiera en Córdoba la universidad ni conocían su destino” (Los Principios, 7/7/1918, p.1).

Los “niños” eran estudiantes secundarios, que habían participado en los actos y marchas en solidaridad con los universitarios.

Pero a medida que transcurrieron los meses este vocero calificado de la oligarquía cordobesa apreció en su cabal magnitud la dinámica de lo que estaba ocurriendo y el protagonismo de los trabajadores. El 24 de noviembre Los Principios difundió una nueva pastoral del obispo, donde asociaba claramente la rebelión cordobesa a la revolución social que amenazaba al mundo:

“Con ella habrá llegado aquella hora de las democracias y del proletariado creada y saludada con ardor por los apóstoles de la demagogia, hora de subversión y anarquía general, de agresiones y repulsas, en que a la misma fuerza armada le faltará eficacia para garantir el orden y defender el trono, porque el ejército estará igualmente contagiado de rebelión, como las masas de donde ha salido, y en vez de rechazar los asaltos subversivos presentará las armas a los agresores. Sin freno que las contenga, serene y amanse, correrán las masas sin que haya poder que las entre en concordia con los capitales y los capitalistas, las empresas y empresarios, las industrias y los industriales, una vez que por desgracia falte en ellas la conciencia cristiana, el temor de Dios…” (Garzón y Nelles Garzón, 2012, p. 307)

Estos temores eran compartidos por los sectores liberales de la oligarquía e incluso por el partido radical. Lo que estaba en juego no era el final de una etapa feudal ni la tímida aparición de ideas “modernistas” que, según la definición de Marshall Berman prometen “aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo” (cit. por Vidal, 2005, p. 187), por oposición al “arcaísmo clerical”.

El obispo Bustos y Ferreyra parece haber comprendido bien los riesgos de la situación, en la que “la hora del proletariado” ponía en peligro “la concordia con los capitales y los capitalistas”.

El papel del radicalismo

En el radicalismo se mezclaron desde el comienzo sectores burgueses con sectores medios en ascenso. En 1918 la provincia de Córdoba tenía un gobierno radical, que se oponía a la Reforma y, desde luego, a las demandas obreras. El gobierno nacional era del mismo signo político y es ingenuo suponer que Yrigoyen alentó las movilizaciones estudiantiles y las huelgas sindicales. En el parlamento, algunos de los diputados de su bloque, como Enrique Martínez, que sería en 1928 su vicepresidente, eran miembros de la oligarquía cordobesa y enérgicos opositores a la Reforma (Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, 29/7/1918, ps. 535-541). Cuando en septiembre los estudiantes reformistas ocuparon los edificios y se proclamaron decanos, en una situación insostenible para el equilibrio del capitalismo cordobés, Yrigoyen se vio obligado a enviar a su ministro de Instrucción Pública para, luego de encarcelar a los dirigentes, ceder parcialmente a las demandas estudiantiles.

A partir del año siguiente la tendencia represiva del gobierno nacional se acentuó. La Semana Trágica en Buenos Aires en enero de 1919 terminó con 700 trabajadores muertos y 2000 heridos; en 1921 la represión a las huelgas de La Forestal, en Santa Fe, dejó un saldo de 500 víctimas fatales, y entre 1920 y 1921 una columna del ejército enviada por el gobierno fusiló a 1500 obreros y peones rurales en la Patagonia.

En Córdoba la agitación continuó durante los dos años posteriores a la Reforma. En enero de 1919 la Federación Obrera Local decretó un paro general en solidaridad con los obreros porteños, que contó con la adhesión de la FUC. En noviembre se produjeron conflictos con el personal municipal, los tranviarios (que trabajaban para una empresa estadounidense), Luz y Fuerza y curtidores. La FOL declaró otro paro general, también con el apoyo de la FUC, que duró doce días (Pianetto, 1991).

En 1922 asumió la presidencia de la República otro radical, Marcelo T. de Alvear, quien inició un período de cierta estabilidad capitalista. Generalmente se señala un contraste entre ambas presidencias radicales, acentuando el carácter “progresista” o “populista” de Yrigoyen y caracterizando la política de Alvear como “de derecha”. Sin embargo, aunque la apertura electoral de 1916 y la política del gobierno hacia la clase media permitió que el país avanzase en la superación de algunos viejos vicios oligárquicos, también es cierto que Yrigoyen entregó a su sucesor un país “pacificado” gracias a su durísima política represiva hacia la clase obrera.

La radicalización de un sector de los reformistas

En 1918 coexistieron entre los dirigentes estudiantiles diversas tendencias políticas, pero en los meses posteriores a la Reforma, la Gaceta Universitaria mostró la radicalización de las posiciones en pugna. El número 19, de agosto de 1919 (La Gaceta Universitaria 1918-1919, 2008), desarrolla en varias páginas fuertes argumentos en contra del capitalismo. Señala el ascenso de las luchas en el país y en el mundo y plantea que por la incapacidad burguesa para solucionar los problemas del momento, que adquieren forma de “barbarie”, “el siglo XX es el de los obreros”. Luego detalla los avances de la Revolución Rusa y resalta el surgimiento del feminismo en el mundo.

Al menos para un sector significativo de los estudiantes, el proyecto universitario estaba vinculado con una concepción de avanzada sobre las necesidades sociales. Un artículo en el Nº 19 de la Gaceta Universitaria mencionaba la “movilización médica” propuesta al III Congreso Pan Ruso de los Soviets para atender a los sectores marginales de la sociedad y a los campesinos alejados de las ciudades. El autor señalaba la necesidad de aplicar en la Argentina criterios similares, atendiendo la principal causa de las enfermedades, que es la miseria. En el número 20 de la Gaceta Universitaria una nota de tapa se refería a “La organización judicial de la Rusia de los soviets”.

Conclusiones

Los reformistas de 1918 no pudieron cambiar totalmente el modelo universitario porque no disponían del poder político para modificar las leyes. El freno a las luchas populares impuesto por los gobiernos radicales quitó fuerza al movimiento, que pudo llegar hasta donde llegó por haber formado parte en 1918 de una ofensiva general de las clases oprimidas en contra de la oligarquía. Estabilizado nuevamente el capitalismo, sus brillantes dirigentes sólo pudieron influir para superar algunos vicios educativos e instaurar las bases para cambios posteriores, que acompañaron con altibajos las transformaciones de la sociedad argentina en el siglo XX.

Pero por todo lo dicho resulta claro que la Reforma Universitaria de Córdoba no fue un hecho meramente académico o cultural sino también social. Todo el proceso estuvo inscripto en un conjunto de luchas que enfrentaron entre sí a las clases sociales en pugna: de un lado los trabajadores y los sectores medios, incluyendo la mayoría de los estudiantes, y del otro la oligarquía que controlaba la economía, la política y la cultura cordobesas, en una sociedad estructurada de acuerdo a las leyes del capitalismo.

Los hechos que hemos descripto en este artículo modifican con elementos novedosos la interpretación de Portantiero (1978) sobre el momento en que el movimiento estudiantil latinoamericano comenzó a vincularse con las luchas de la clase obrera. El mencionado autor, quien hace un valioso recorrido sobre las repercusiones latinoamericanas de la reforma, ubica ese momento algunos años más tarde, cuando se crearon en Perú y en Cuba las universidades populares. Hemos visto que, aunque ideológicamente ambigua y embrionaria, la Reforma cordobesa nació estrechamente vinculada con la clase obrera y contribuyó a escribir en 1918 un importante capítulo de la lucha de clases en la Argentina.

A través de su alianza con la Federación Obrera Local, la Federación Universitaria de Córdoba expresó un aspecto del conflicto social general. Una sociedad más justa como la que reclamaban los trabajadores debía incluir una universidad que formara profesionales e investigadores cuyo objetivo fuera la promoción de la justicia, de la salud y de los derechos del conjunto de la población y con su acceso abierto a los sectores populares.

Trasladadas al presente, esas prioridades permitirían definir el perfil de una nueva Reforma que tuviera objetivos similares a los de 1918. En términos generales, todo estudiante y todo graduado universitario deberían conocer muy bien el país y el mundo en que viven. Por lo tanto, materias de historia y de sociología críticas deberían ser obligatorias en todas las carreras, lo mismo que la aplicación de métodos pedagógicos que desarrollen el espíritu crítico y el sentido de solidaridad social en lugar del individualismo imperante en la actualidad.

Estos objetivos no pueden ser conseguidos a través de universidades privadas, que orientan la enseñanza de acuerdo a intereses comerciales o sectoriales. La Reforma de 1918 sostuvo “el monopolio universitario por el Estado” (La Gaceta Universitaria, Año 1, Nº 12, ps. 1-5). La responsabilidad de éste sobre la educación es indelegable, y todo lo que aquí afirmamos debe canalizarse a través de universidades estatales y públicas.

A partir de estas consideraciones resulta evidente que una nueva reforma universitaria no puede concebirse si no es junto con una reforma de la sociedad toda. Así como los estudiantes cordobeses de 1918 confluyeron en las plazas con los obreros en huelga, una Segunda Reforma del mismo signo será necesariamente parte de la lucha conjunta por una nueva organización de la sociedad, que no se base en el lucro del capital. Solo así se mantendría vigente la afirmación del Segundo Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios de 1932, cuando sostuvo que “la Reforma Universitaria es parte indivisible de la Reforma Social” (del Mazo, 1941, 1, p. 370-71).

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Recepción: 4 noviembre 2018

Aprobación: 18 diciembre 2018

Publicación: 28 diciembre 2018

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